Mi
última psicóloga tenía defectos (como todas las personas, supongo), ¡pero qué
buena que era para el marketing! Me acuerdo de su persona trajeada a las diez
de la mañana, de sus mensajitos por WhatsApp con más emoticones que letras e
incluso de los “te quiero” con los que alguna que otra sesión se despedía de
mí, además de un abrazo que a mí me incomodaba un poco (aunque no porque fuera
suyo puntualmente). A lo mejor yo le daba lástima y por eso se esforzaba en ser
medianamente cariñosa conmigo, pero si no (y en el buen sentido) ¡qué zorra
astuta!
A
mí no me molesta pagar por una prostitución emocional, así de miserable puedo
llegar a ser, pero no es una cuestión de que me importe o no: no hay plata
suficiente en este mundo (o por lo menos y con toda seguridad, no en mis arcas)
para solventar todo el acting de
mentiritas que mi persona demanda.
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