lunes, 31 de octubre de 2016

Prostitución emocional

Mi última psicóloga tenía defectos (como todas las personas, supongo), ¡pero qué buena que era para el marketing! Me acuerdo de su persona trajeada a las diez de la mañana, de sus mensajitos por WhatsApp con más emoticones que letras e incluso de los “te quiero” con los que alguna que otra sesión se despedía de mí, además de un abrazo que a mí me incomodaba un poco (aunque no porque fuera suyo puntualmente). A lo mejor yo le daba lástima y por eso se esforzaba en ser medianamente cariñosa conmigo, pero si no (y en el buen sentido) ¡qué zorra astuta!

A mí no me molesta pagar por una prostitución emocional, así de miserable puedo llegar a ser, pero no es una cuestión de que me importe o no: no hay plata suficiente en este mundo (o por lo menos y con toda seguridad, no en mis arcas) para solventar todo el acting de mentiritas que mi persona demanda.